
Tánger, la novia del Mediterráneo

Como una vela errante, Tánger se mece en un brazo del océano y seduce al continente africano. Tiene la apariencia de los pueblos costeros que lame el Mediterráneo.
Angostas subidas zigzagueando entre caseríos. Paredes de cal desnuda. Ventanas, puertas y cerámicas bañadas en índigo. Desafío blanco a las ciudades mestizas del Magreb.
Cantada en mil idiomas conquistadores. Patria del pueblo amazigh. Refugio de la bohème europea en aquellos hermosos años 70. Una de las urbes más complejas y multiculturales de Marruecos.
Desgranada en pueblitos llenos de gente cálida y simple que, al hallarte en la calle, te ofrecerían ayuda en español, árabe, francés e inglés. Sin tiempo de pensarlo, terminarás en sus casas bebiendo té y comiendo aparatosamente.
En Tánger conviven armónicamente, el exotismo del folklore oriental y las maneras europeas. Aun así, posee identidad propia, moldeada al paso de cientos de culturas, ya sea por la colonización o el temperamento enamoradizo y marinero de sus habitantes.
Tánger te despoja de prisas y preconceptos. Hay recuerdos que se quedan toda la vida: el alba perfumada de salitre, la tarde muriendo entre minaretes; los chiquillos corriendo libre, el rumor del agua en las fuentes de las mezquitas… Y ese amor inconcluso.
En Tánger, las despedidas no son verdad.
Yanet Medina